martes, 17 de abril de 2012

Cuentos de hadas: El mentiroso

Antes de contaros lo que le pasó a este viejo charlatán, debo aclarar que hacía varios años que Shaun-Mor había tomado por costumbre contar mentiras sobre las hadas. A éstas no les gustaba mucho estas historias, pero habían aceptado con resignación los cuentos de viejo chiflado. Todo empezó una noche en la taberna, cuando contó que una mañana se encontró unas hadas cargando sacos en un almacén y se había puesto a ayudarlas. Desde entonces cada noche contaba una historia. Hablaba a los presentes de sus costumbres que, según él, conocía perfectamente, contaba anécdotas, incluso llegó a afirmar que era tal la amistad con ellas que le estaban enseñando sus poderes. Y poco a poco fue añadiendo detalles a sus relatos.
Pero una noche, no se sabe si porque las hadas estaban de peor humor o estaban hartas de tanta mentira, decidieron gastarle una broma. Y no era para menos. Allí, en la taberna, rodeado de borrachos, el viejo atraía la atención de todos contando que las hadas le estaban enseñando sus secretos y ahora era tan sabio como ellas.
El viejo Shaun-Mor representaba todo lo que ellas odiaban: las mentiras, la prepotencia, la altanería, y muy ofendidas se pusieron manos a la obra.
Ya había abandonado el viejo la taberna cuando miró confundido la ciudad. Un ancho río atravesaba de izquierda a derecha su casa y no podía cruzar. No sabía qué pensar, pero empezó a sentir mucho miedo. De pronto a su espalda oyó un fuerte batir de alas. Se volvió y encontró ante él una enorme águila que le miraba.
- Sube a mi espalda- le dijo- y te llevaré donde quieras.
Y sintió el anciano cómo se elevaba del suelo sobre su espalda y ascendía cada vez más rápido. Cerró los ojos para evitar el mareo que empezaba a notar en su barriga, y minutos después sentía cómo aterrizaban. Abrió los ojos y vio asustado algo que parecía el pico de una alta montaña, pero como si estuviera al revés, porque no encontraba la falda de la montaña.
- ¿Qué hacemos aquí? Llévame a mi casa.
- Yo he cumplido con mi parte. Grita un poco y verás cómo vienen tus amiguitas las hadas a ayudarte- y desapareció.
Miraba la montaña intentando saber cómo escapar de allí, cuando se abrió una roca y empezó a resbalar. Shaun-Mor gritaba de nuevo mientras trataba de agarrarse a cualquier desnivel del terreno. De pronto, frenó en seco al sujetarse a un pico fuertemente. Sus pies colgaban y, por si acaso, no se atrevía a mirar para abajo.
- ¿No te da vergüenza estar ahí colgado, Shaun-Mor? - le preguntó el jefe de una bandada de gansos que volaban cerca de él.- ¿No crees que ya has bebido suficiente por hoy?
- No me dejes solo, amigo. Ha sido una broma de las hadas. Ayúdame y te estaré eternamente agradecido.
Y se agarró como pudo a una de sus patas mientras sentía que el vértigo aumentaba de nuevo. Entonces, un golpe brusco le hizo volver en sí. Antes de poder abrir los ojos un cubo de agua fría mojaba su cara.
- Amada mía, ¿por qué me tiras ese cubo? Así recibes a tu marido.
- ¿Que si así lo recibo?¿Tú crees que estas son horas de llegar y en ese estado? No debería ni mirarte, a saber qué has estado haciendo. Entra, anda.
- Que no, mujer, que han sido las hadas
- Sí, sí, las hadas, como si no te conociera.
Y entró en casa dándole la espalda. Dicen que esa noche el viejo Shaun-Mor contó a su mujer una historia sobre unas hadas perversas que le habían llevado a la luna y que gracias a una bandada de gansos estaba de nuevo en casa, pero, ¿quién iba a creer a un viejo borracho? Y ya nunca más volvió a contar historias.

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