viernes, 12 de junio de 2020

Sin duda le crecerá la nariz a quien diga que no ha leído jamás nada sobre este muchachito maleducado, travieso, mentiroso, bueno para nada, que, no obstante, acaba teniendo una pizca de generosidad y acude a salvar a su papá. Pero cuántos de los que hemos leído el cuento, hemos leído el original. Aquí ya son menos. Y es precisamente la más interesante de todas las versiones, de la que se pueden extraer más lecciones y donde las aventuras y las travesuras de este trozo de pino convertido en muñeco son más colosales, donde el hada buena es más buena y, a veces, más humana (y ¿por qué no? más azul).

Les invito a leer, no ese pinocho reinventado de los cuentos troquelados, ni aquel otro, de la factoría Disney que bailaba con un gato y trabajaba como marioneta, sino el otro, el que escribió Carlo Collodi y fue publicado por entregas en el Giornale per i Bambini, a partir de 1881 y hasta enero de 1883. Hay grandes diferencias entre unos y otros, quizás la más llamativa sea el hecho de que el Pinocho de Collodi nunca trabaja de marioneta, aunque como veremos, a veces, se comporta como una marioneta en manos de gente malvadas y sin escrúpulos. Y el dueño del teatro de marionetas en el cuento de Collodi es un hombre que, pareciendo rudo, en el fondo es un buenazo que se apiada del pobre niño de madera y de su padre que lo espera en su casa y le da unas monedas que luego provocarán otras aventuras o desventuras…

Pero mejor será no empezar a adelantar nada, e ir, directamente, al cuento, que todos creemos conocer hasta que leemos el de Collodi.
Nuestra historia empieza en el taller de carpintero de maese Antonio o maese Cereza (sobrenombre que le viene por el color moráceo de su nariz). El viejo carpintero encuentra un trozo de madera, idóneo para terminar una mesa, pero justo cuando le iba a dar el primer golpe, oye una vocecita que lo recrimina por querer golpearlo. Por supuesto, cuando se da cuenta de que quien le habla es el tronco, ve el cielo abierto al poder desprenderse de él, cosa que ocurre en seguida: un vecino de maese Cereza, su amigo Geppetto va a pedirle un trozo de madera, dentro de su hambruna y miseria ha ideado una forma de ganarse la vida, dar la vuelta al mundo y conseguir un trozo de pan y un vaso de vino. Todo ello, gracias a que va a hacer un muñeco de madera que baile, practique esgrima y dé saltos mortales.
Geppetto, una vez en su casa, en la que hasta el humo de la cazuela era decoración pictórica de la pared, le pone nombre a su futuro muñeco, lo va a llamar Pinocho, pero no porque sea madera de pino, sino porque conoció a una familia con ese nombre, en el que ‘el más rico de ellos pedía limosna’, por eso supone que le va a traer suerte.
Collodi no para de sorprendernos con salidas de este tipo, entre irónicas, burlonas y algo esperpénticas, en las que ya apunta cierto surrealismo.
Después de mucho luchar, Geppetto consigue terminar el muñeco, bueno, casi terminarlo, porque, al pobre, entre tanta travesura de Pinocho, se le olvida ponerle las orejas.
Las tropelías de Pinocho provocarán, desde el principio, una serie de desventuras, que dejarán al pobre Geppetto en prisión, sin culpa alguna y al muñeco solo en casa, sin nada que comer, y con un grillo parlante que acabará aplastado contra la pared, por querer leerle la cartilla a la díscola criatura.
No se preocupen, el Grillo volverá a aparecer, no siempre con forma de grillo, pero eso sí, siempre dispuesto a cantarle las cuarenta a este desobediente Pinocho.
Pero no sólo el Grillo se va a metamorfosear a lo largo del cuento, el mismo Pinocho pasa de ser un tronco de madera a ser un muñeco, va a ser confundido con un ladrón y lo van a tratar como a un perro guardián, lo van a creer un extraño pez y casi va a morir frito en la sartén, luego será un burro (nada de tener sólo orejas y rabo de burro, se convierte en un burro auténtico), de nuevo muñeco de madera, para trabajar como un burro, ahora sin serlo, y terminar, finalmente, como un niño de carne y hueso, en premio a su buen corazón hacia su padre y hacia su amada Hada, claro que para eso, tenemos que llegar a los últimos capítulos.


También el hada va a sufrir mutaciones, primero será una niña de cabellos azules que vive rodeada de extraños y asombrosos seres (entre ellos un Caracol que volverá a aparecer en otros momentos y un perro de lanas que sirve como cochero) en una casita junto al bosque donde Pinocho va a ser colgado de una encina, esta niña lo cuidará y curará, le advertirá sobre su nariz que crece al decir mentiras. La niña morirá por las penas que le hace pasar Pinocho, pero reaparecerá en la Isla de la Abeja Hacendosa, convertida en una señora respetable (eso sí, con su pelo azul identificativo), que lo intentará llevar por el buen camino como una buena mamá. Más tarde, cuando Pinocho ha escapado de la isla, se ha ido al País de los Juguetes, se ha convertido en burro, ha conseguido escapar y ha encontrado a su padre en el vientre del Gran Tiburón, del que también escapa, ve, triscando sobre la ladera de la costa una cabrita ¡con pelaje azul!, que llora y está triste porque Pinocho ha muerto en el mar.
Una vez que Pinocho y Geppetto se han instalado en casa del Grillo, que, según el bichito, antes había sido de una cabra azul que se fue triste y abatida sin rumbo, penando la pérdida de su amigo Pinocho, reaparecerá el Caracol, uno de los personajes que rodean al Hada, y que le dirá que el Hada está enferma y que necesita unas monedas para curarse, o al menos, para poder comer un último trozo de pan. Es la prueba definitiva, pero Pinocho no lo sabe.
Geppetto, sin embargo, va a ser siempre el mismo, no sufre ningún cambio a lo largo de toda la historia. Viene a representar la madurez y la sensatez, al final, también la decrepitud que necesita de la ayuda del joven para salir adelante.
En Pinocho hay muchas lecturas, los más jóvenes quedarán admirados de cuántas aventuras vive el niño de madera, se asombrará de que pueda hablar con un Grillo, se reirán al verle arder los pies (los
niños son así, se ríen de estas cosas), quizás hasta lleguen a envidiar su decisión de dejar de ir al colegio para acudir a ver los títeres o para ir al País de los Juguetes, pero, como Pinocho recibe el castigo que se merece, y sufre continuos descalabros, y sinsabores, cabe una segunda lectura, una lectura quizás menos festiva y más seria, casi transversal: es preferible ser pobre de bolsillo que de corazón, la miseria económica se puede soportar, y el que es pobre de corazón, el cobarde, el vago, el que busca malas compañías y huye de sus responsabilidades, ése, recibirá su merecido. Pero, y aquí, hay otra lectura, hasta el más cabeza dura, el que aparenta que no tiene corazón, puede un día encontrar un motivo para esforzarse en ser bueno y caritativo.
Y no crean con esto que Pinocho es un cuento de esos aburridos, lleno de mensajes morales, porque estas dobles lecturas, están tan entretejidas con las otras lecturas más infantiles, que no nos aburren ni hacen del libro un manual de buenas costumbres. Quizás, si es que queremos sacarle algún defecto a las aventuras de Pinocho sean las idas y las vueltas, los enredos, a veces, excesivos, en los que se ve envuelto nuestro héroe (o antihéroe, que tiene más de lo segundo que de lo primero), pero éste es un problema bastante frecuente en las obras escritas por entregas. Tengan en cuenta que las Aventuras de Pinocho, como ya dijimos más arriba, fue publicada por episodios y eso hace siempre que la trama se alargue un poco más.
Sin embargo, Las aventuras de Pinocho es un buen libro, bastante entretenido, con buen uso de la ironía y de recursos humorísticos, que no nos aburre y que, bien leído, enseña al que quiere oír.

                                                                                                                      Inmaculada Manzanares

martes, 20 de agosto de 2013

Libro de lectura del bicentenario para nivel inicial




 En ¨La gran ocasión¨, Graciela Montes (2005) sostiene que ¨lo primero que puede hacer un maestro que quiere ¨enseñar a leer¨ es crear la ocasión, un tiempo y un espacio propicios, un estado de ánimo y también una especie de comunión de lectura¨. Incluir en el horario diario el espacio gratuito de la lectura. A veces, será el maestro quien preste su voz al cuento; otras, la simple exploración de los libros de la biblioteca para elegir qué voy a leer y qué voy a llevarme a casa. Otras veces, el aula puede recibir la visita de algún mediador que comparta una historia leída. ¨Gratuito. Así es como él lo entendía. Un regalo. Un momento fuera de los momentos. Pese a todo. El cuento nocturno lo liberaba del peso del día. Soltaba sus amarras. Iba con el viento, inmensamente aligerado, y el viento era nuestra voz¨. (Pennac, 1993) Pero leer, es también hablar de los libros. Por eso, en ese tiempo y en ese espacio gratuitos, es importante que no nos corra la prisa por ¨hacer¨. Después de leer, es necesario abrir un tiempo para conversar acerca de lo escuchado, compartir opiniones, volver al cuento o al poema para releer una expresión que nos haya gustado (o tal vez disgustado); algo que no hayamos comprendido, algo que nos haya dado mucha risa. Otra vez, la necesidad de un espacio propicio para generar el diálogo sobre lo leído o escuchado. ¨El lector busca al lector, y los vínculos entre lectores generan lectura; hay que habilitar la construcción de redes y ciudades lectoras, ricas, variadas y flexibles. Siempre en obra.¨(Montes, 2001) Para que la conversación no quede tan solo en la superficie del texto o en el comentario espontáneo de los lectores, será importante la preparación –por parte del docente- de cada encuentro de lectura. Cabe, entonces, preguntarnos: ¿Cuál será la mejor manera de presentar cada texto? ¿De qué forma será conveniente guiar la mirada sin forzar las interpretaciones? ¿Cuáles son las mejores preguntas para cada texto? ¨Mientras elegimos qué leer con otros estamos imaginando por dónde podríamos entrar a los textos en las conversaciones literarias, por dónde entrarán los demás lectores, qué encuentros y desencuentros pueden suscitarse al discutir, cómo hacemos para ayudarlos en esos hallazgos, cómo dejamos abierta la posibilidad de que sea el propio texto el que los ayude con algunas respuestas o que les abra el camino para nuevas preguntas, cómo hacemos para intervenir sin cerrar sentidos¨(Bajour, 2009)